¿Cuándo cruzamos el umbral tras el que ya no podemos solucionar el problema por nosotros mismos, sino que necesitamos asistencia?
Esta pregunta surge una y otra vez a lo largo de nuestra vida.
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¿Cuándo un avería en casa es lo suficientemente grave como para llamar a un fontanero?
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¿Cuándo es una inversión lo suficientemente compleja como para contratar a un asesor financiero?
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¿Cuándo es nuestro estado psicológico lo suficientemente malo como para buscar ayuda profesional?
Cada vez que preguntemos este tipo de cuestiones, nos encontraremos con respuestas de lo más variadas. Hay personas que acuden al médico si tosen dos días seguidos, mientras que otras no van hasta que no queda más remedio que llevarlos en ambulancia. Algunas personas llaman al fontanero porque la cisterna no funciona del todo bien, mientras que otros no lo hacen hasta que no han inundado el piso de abajo. Mientras cierta gente acude al psicólogo si se siente un poco nerviosa, otra se resiste a ir aunque esté tan mal que no pueda llevar una vida normal.
Personalmente creo que me encuentro en una zona equilibrada. Esto significa que intento resolver buena parte de los problemas que se me presentan por mí misma, pero en cuanto me doy cuenta de que la solución está fuera de mi alcance, no dudo en buscar ayuda. Sin embargo, a veces pienso que debería tratar de salir un poco de mi zona confortable antes de recurrir a la ayuda de otros. Creo que este tipo de actitud ayuda a expandir nuestros horizontes y desarrollar una cierta capacidad para superar los obstáculos, así que me esfuerzo en intentarlo al menos.
Lo primero que debemos considerar es si el problema es urgente. Si no lo resolvemos pronto, ¿nos dará aún más problemas? Un dolor agudo es urgente; un poco de incomodidad no. Un piso anegado es urgente; un grifo que gotea no. Un problema urgente suele terminar con una petición de ayuda, mientras que uno menos apremiante puede terminar de la misma forma, o no. En todo caso podemos retrasar la toma de decisiones para evaluar la situación.
En segundo lugar, tenemos que pensar si podemos describir el problema con claridad. ¿Dónde nos duele? ¿Qué situaciones causan el dolor? ¿Por qué estoy nervioso en una situación determinada? Cuantos más detalles tengamos sobre el problema, más fácil es que descubramos una forma de solventarlo por nosotros mismos.
Una vez que hayamos descubierto una solución potencial, ¿cuáles son las posibles consecuencias negativas de la misma? Y lo que es más importante, ¿se pueden arreglar dichas consecuencias si ocurren? Lo peor que nos puede pasar si tratamos de arreglar la cisterna por nosotros mismos es que tengamos que llamar a un fontanero, algo que hubiéramos tenido que hacer de todas formas. Por el contrario, si intentamos tratar algunas enfermedades por nosotros mismos, podemos acabar empeorando la situación o haciéndonos daño.
Si vemos que es improbable que nuestros intentos para solucionar el problema terminen por empeorar mucho la situación, lo lógico es que primero intentemos solventarlo por nosotros mismos. Al buscar una solución de nuestra propia cosecha aprenderemos algo útil, incluso aunque no logremos nuestro objetivo finalmente.
Sin embargo, el momento de buscar ayuda profesional llega cuando nos enfrentamos a un problema urgente o uno que pueda traer malas consecuencias si la solución que apliquemos falla.
Si nos hacemos estas preguntas cada vez que nos enfrentemos a la decisión de buscar ayuda o hacerlo nosotros mismos, es mucho más probable que encontremos una solución que nos funcione, protegiendo nuestros intereses a la vez que nos volvemos más autosuficientes.
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