Cuando nos enfrentamos a una crisis económica, o a cualquier otro tipo de crisis, lo primero que nos preguntamos es: ¿por qué a alguna gente le entra pánico, otra asume el liderazgo -y la mayoría permanecen sin hacer nada, aturdidos? Hace unos días comentaba lo necesaria que es la serenidad a la hora de enfrentarnos a estos vaivenes financieros.
Sin embargo, hay otro tema que suele salir a colación asociado a la palabra crisis: la suerte. Parecería que algunas personas tienen suerte y otras, no. Pero aquello a lo que llamamos «suerte» no tiene tanto que ver con su carácter aleatorio como con la propia actitud personal. Según el departamento de psicología de la Universidad de Hertfordshire, el componente puramente aleatorio de la suerte es de alrededor del 10%; el 90% restante está relacionado con el modo en que pensamos. Nuestra actitud provoca nuestra suerte. Al menos, la mayor parte de ella.
Por lo tanto, la suerte no es una habilidad mágica o un regalo del cielo, es un estado mental -una forma de pensar y de comportarse. Tenemos más control sobre nuestras vidas -y nuestra suerte- de lo que pensamos.
Podemos controlar nuestras acciones y cómo pensamos al hacer frente a acontecimientos que tienen impacto en nuestra vida. Es cierto que no podemos controlar el resultado final, pero nuestras acciones incrementan la posibilidad de que ocurra el desenlace que deseábamos. No hay garantías en esta vida. La única garantía es que si no haces nada, no llegarás a ninguna parte.
Cuando me dedicaba a permanecer cruzada de brazos quejándome de mi mala suerte, parece que me ocurrían más eventos desafortunados. Sin embargo, cuando pasé a la acción en lugar de esperar pasivamente, incluso la mala suerte podía revertirse.
Parecería que hubiera determinadas razones por las que la suerte favorece a ciertas personas:
1. La gente afortunada se tropieza frecuentemente con oportunidades insospechadas. Pero no se trata sólo de estar en el sitio adecuado en el momento justo. La «gente afortunada» tiene que estar pendiente de las oportunidades, y tener el coraje de aprovecharlas.
2. La gente afortunada hace caso de sus corazonadas. En otras palabras, se fían de su instinto. Es sorprendente la cantidad de veces que la primera impresión instintiva resulta ser la correcta.
3. La gente afortunada persevera cuando fracasa. ¿Cuántos tiros a puerta puede fallar un delantero de fútbol a lo largo de su carrera? Muchos más de los que acaban en gol. Un jugador que no puede sobreponerse al fracaso probablemente jamás alcance el éxito.
4. La gente afortunada tiene la capacidad de transformar la mala suerte en buena. Es bastante habitual que, cuando buscamos trabajo, nos veamos rechazados durante un tiempo más o menos largo, de igual a qué puesto aspiremos. Si no estamos muy necesitados a nivel económico, es mucho más fácil rendirse y dejar de buscar. Una persona afortunada intentaría buscar el lado positivo, y conseguir sacar algo constructivo de esos fracasos. Por ejemplo, ganaría experiencia a la hora de hacer entrevistas, mejoraría la presentación y el contenido de su currículum, iría ampliando la lista de puestos y sectores económicos a los que intenta acceder, en los cuales al principio no había reparado, etcétera. En resumen, aprendería a venderse en el mercado laboral, y su segunda entrevista de trabajo sería mejor que la primera y así sucesivamente.
En resumen, podemos comparar a la suerte con la inspiración. Tiene que pillarte trabajando, o preparado para hacerlo.
Si hablas inglés, te recomiendo leer getrichslowly.com, un blog sobre economía donde éste y otros temas se tratan a diario. Quién sabe, ¡puede que sea tu momento más afortunado del día!