Crisis financiera y recesión económica

jesus-huerta-de-soto-crisis-financiera-recesion-economicaQuisiera compartir con vosotros este gran artículo que me ha enviado Kikeliam de Jesús Huerta de Soto, catedrático de Economía Política y autor del libro Dinero, crédito bancario y ciclos económicos.

Es largo y denso pero analiza y destripa el origen de la crisis financiera y aporta vías para solucionarla, si bien impopulares, prácticas y necesarias.

Finalmente la grave crisis financiera y la consiguiente recesión económica mundial que veníamos anunciando desde hace años se están desencadenando con toda virulencia. En efecto, la alocada política de expansión artificial del crédito consentida y orquestada por los bancos centrales (encabezados por la FED norteamericana) durante los últimos quince años no podía terminar de otra forma.

El ciclo expansivo que ahora ha visto su fin se inicia a partir de que la economía norteamericana saliera de su última recesión en 1992 y la Reserva Federal emprendiera una gran expansión artificial crediticia e inversora que no se vio soportada por un aumento paralelo del ahorro voluntario de las economías domésticas. Durante muchos años la masa monetaria en forma de billetes y depósitos (M3) ha crecido a un ritmo medio superior al 10% anual (lo que equivale a duplicar en cada periodo de 6 a 7 años el volumen total de dinero que circula en el mundo). Esta grave inflación fiduciaria de los medios de pago se ha colocado en el mercado por el sistema bancario en forma de créditos de nueva creación concedidos a bajísimos tipos de interés (incluso negativos en términos reales), lo que ha impulsado una burbuja especulativa en forma de importante subida en los precios de los bienes de capital, activos inmobiliarios y títulos representativos de los mismos que se intercambian en la bolsa de valores, cuyos índices crecieron de forma espectacular.

Curiosamente, y al igual que ocurriera en los «felices» años previos a la Gran Depresión de 1929, el shock de crecimiento monetario no ha impactado de forma significativa a los precios del subconjunto de bienes y servicios de consumo (aproximadamente tan sólo un tercio del total de bienes). Y es que en la última década, al igual que en los años veinte del siglo pasado, se ha experimentado un notable aumento de la productividad, resultado de la introducción masiva de nuevas tecnologías y de importantes innovaciones empresariales que, en ausencia de la «borrachera monetaria y crediticia», habrían producido una saludable y continua reducción en el precio unitario de los bienes y servicios que consumen todos los ciudadanos. Además, la plena incorporación al mercado globalizado de las economías china e india fue incrementando aún más la productividad real de bienes y servicios de consumo. Que no se haya producido esta sana «deflación» de precios en los bienes de consumo, en una etapa de tan gran crecimiento de la productividad como la de los últimos años, es la principal prueba de que el proceso económico se ha visto muy perturbado por el shock monetario.

Desgraciadamente, la teoría económica nos enseña que la expansión crediticia artificial y la inflación de medios de pago (fiduciaria) no constituyen un atajo que haga posible el desarrollo económico estable y sostenido, sin necesidad de incurrir en el sacrificio y en la disciplina que supone toda tasa elevada de ahorro voluntario (que, por el contrario, sobre todo en Estados Unidos, no sólo no ha crecido sino que incluso en algunos años ha experimentado tasas negativas).

Y es que las expansiones artificiales del crédito y del dinero siempre son, como mucho, «pan para hoy y hambre para mañana». En efecto, hoy no existe duda alguna sobre el carácter recesivo que, a la larga, siempre tiene el shock monetario: el crédito de nueva creación (no ahorrado previamente por los ciudadanos) pone de entrada a disposición de los empresarios una capacidad adquisitiva que éstos gastan en proyectos de inversión desproporcionadamente ambiciosos (durante los últimos años especialmente en el sector de la construcción y las promociones inmobiliarias), es decir, como si el ahorro de los ciudadanos hubiera aumentado, cuando de hecho tal cosa no ha sucedido.

Se produce así una descoordinación generalizada en el sistema económico: la burbuja financiera («exuberancia irracional») afecta negativamente a la economía real y tarde o temprano el proceso se revierte en forma de una recesión económica en la que se inicia el doloroso y necesario reajuste que siempre exige la readaptación de toda la estructura productiva real que se ha visto distorsionada por la inflación.

Los detonantes concretos que anuncian el paso de la euforia propia de la «borrachera» monetaria a la «resaca» recesiva son múltiples y pueden variar de un ciclo a otro. En las circunstancias actuales han actuado como detonantes más visibles la elevación del precio de las materias primas y especialmente del petróleo, la crisis de las denominadas hipotecas subprime en Estados Unidos y finalmente, la crisis de importantes instituciones bancarias al descubrirse en el mercado que el valor de sus activos (préstamos hipotecarios concedidos) era inferior al de sus deudas.

En las actuales circunstancias son muchas las voces interesadas que reclaman ulteriores reducciones en los tipos de interés y nuevas inyecciones monetarias que permitan al que quiera culminar sin pérdidas sus inversiones.

Sin embargo, esta huida hacia adelante sólo lograría posponer temporalmente los problemas a costa de hacerlos luego mucho más graves. En efecto, la crisis ha llegado porque los beneficios de las empresas de bienes de capital (especialmente en los sectores de construcción y promociones inmobiliarias) han desaparecido como resultado de los errores empresariales inducidos por el crédito barato, y porque los precios de los bienes de consumo han empezado a comportarse relativamente menos mal que los de los bienes de capital.

A partir de este momento se inicia un doloroso e inevitable reajuste que, a los problemas de caída de la producción y aumento del desempleo, se está añadiendo un muy negativo aumento de los precios de los bienes de consumo (recesión inflacionaria o «estanflación»).

El análisis económico más riguroso y la interpretación más fría y ponderada de los últimos acontecimientos económicos y financieros fuerzan la conclusión de que, al igual que sucedió con los fracasados intentos de planificar desde arriba la extinta economía soviética, es imposible que los Bancos Centrales (verdaderos órganos de planificación central financiera) sean capaces de acertar en la política monetaria más conveniente para cada momento.

O expresado de otra forma, el teorema de la imposibilidad económica del socialismo, descubierto por los economistas austriacos Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, según el cuál es imposible organizar económicamente la sociedad en base a mandatos coactivos emanados de un órgano de planificación, dado que éste nunca puede llegar a hacerse con la información que necesita para dar un contenido coordinador a sus mandatos, es plenamente aplicable a los Bancos Centrales en general, y a la Reserva Federal y en su momento a Alan Greenspan y hoy a Ben Bernanke en particular: nada hay más peligroso que caer en «la fatal arrogancia» -en feliz expresión de Hayek- de creerse omnisciente o al menos tan sabio y poderoso como para ser capaz de ajustar en cada momento la política monetaria más conveniente (fine tuning). De manera que lo más probable es que la Reserva Federal y, en menor medida, el Banco Central Europeo, más que suavizar los movimientos más agudos del ciclo económico, hayan sido los principales artífices responsables de su génesis y agravamiento.

La disyuntiva para Ben Bernanke y su consejo en la Reserva Federal y para el resto de los Bancos Centrales (encabezados por el europeo) no es, por tanto, nada cómoda. Durante años han hecho dejadez de su responsabilidad monetaria y ahora se encuentran en un callejón sin salida: o dejan que el proceso recesivo se inicie ya y con él el saludable y doloroso reajuste; o huyen hacia adelante «dándole al borracho, que ya siente con toda su virulencia la resaca más alcohol», con lo que las probabilidades de caer en un futuro no muy lejano en una aún más grave recesión inflacionaria aumentarían exponencialmente (éste fue precisamente el error que se cometió tras el crash bursátil de 1987, que nos llevó a la inflación de finales de los ochenta y terminó en la grave recesión de 1990-1992).

Además, reiniciar a estas alturas una política de crédito barato no puede sino dificultar la necesaria liquidación de las inversiones no rentables y la reconversión de las empresas, pudiendo incluso llegar a hacer que la recesión se prolongue indefinidamente, como sucedió con la economía japonesa, que tras probar todas las intervenciones posibles, dejó de responder a estímulo alguno de expansión crediticia  o de tipo keynesiano.

En este contexto de «esquizofrenia financiera» hay que interpretar los últimos «palos de ciego» dados por las autoridades monetarias (responsables de dos objetivos íntimamente contradictorios: por un lado controlar la inflación, y por otro inyectar toda la liquidez necesaria para evitar la crisis del sistema financiero). Y así la FED un día salva a AIG, Bear Stearns y a Fannie Mae y Freddie Mac, para al siguiente dejar caer a Lehman Brothers, bajo el pretexto más que justificado de «dar una lección» y no alimentar el «moral hazard» o «riesgo moral». Por último, y ante el cariz que tomaban los acontecimientos, se anuncia un plan de 700 mil millones de dólares para comprar los activos «ilíquidos» (es decir, sin valor) de la banca que, si se financia con cargo a impuestos (y no haciendo más inflación) habrá de suponer una gran carga impositiva para las economías domésticas, justo en el momento en que menos pueden permitírsela.

La situación comparativa de las economías de la Unión Europea es algo menos mala que la norteamericana (dejando ahora de lado el efecto expansivo de la política deliberada de depreciación del dólar, y las relativamente mayores rigideces europeas especialmente en el mercado laboral, que tienden a hacer más duraderas y dolorosas las recesiones en nuestro continente). La política expansiva del Banco Central Europeo, aunque no exenta de graves errores, ha sido algo menos irresponsable que la de la Reserva Federal. Además, el cumplimiento de los criterios de convergencia supuso en su día un notable y saludable saneamiento de las principales economías europeas. Solamente algunos países periféricos como Irlanda y, sobre todo, España, se vieron inmersos desde que iniciaron su proceso de convergencia en una importante expansión crediticia.

El caso de nuestro país, España, es paradigmático. Nuestra economía experimentó un boom económico que, en parte, se debió a causas reales (reformas estructurales de liberalización emprendidas a partir de los gobiernos de José María Aznar); pero, en otra parte nada desdeñable, se vio alimentado por una expansión artificial del dinero y del crédito, que crecieron a una tasa que casi triplicó la evolución de esas mismas magnitudes en Francia o Alemania.

Nuestros agentes económicos en gran medida interpretaron la bajada de los tipos de interés, resultado del proceso de convergencia, en los términos de relajación monetaria que han sido tradicionales en nuestro país: mayor disponibilidad de dinero fácil y peticiones masivas de créditos a los bancos españoles (sobre todo para financiar la especulación inmobiliaria), que éstos han satisfecho creándolo de la nada ante la mirada impávida del Banco Central Europeo. Este último, ante la subida de los precios, y fiel a su mandato, ha decidido mantener los tipos de interés a pesar de las dificultades de aquellos miembros de la Unión Monetaria que, como España, ahora descubren que gran parte de lo invertido en inmuebles fue un error y se ven abocados a una duradera y dolorosa reestructuración de su economía real.

En estas circunstancias, la política más adecuada sería la de liberalizar la economía a todos los niveles (y en especial el mercado laboral) para permitir que los factores productivos (y en especial el factor trabajo) se reasignen rápidamente hacia los sectores rentables. Igualmente es imprescindible la reducción del gasto público y de los impuestos para incrementar la renta disponible de los agentes económicos fuertemente endeudados que necesitan devolver sus préstamos cuanto antes. Los agentes económicos en general y las empresas en particular sólo se sanean reduciendo costes (especialmente laborales) y devolviendo sus préstamos. Y para ello es imprescindible un mercado laboral muy flexible y un sector público mucho más austero. De ello dependerá que el mercado descubra cuanto antes cuales son los verdaderos valores reales de los bienes de inversión producidos por error, estableciéndose así las bases para una recuperación económica sana y sostenible en un futuro que, por el bien de todos, esperamos no sea demasiado lejano.

Fuente: PáginasDigital.es

5 Responses to “Crisis financiera y recesión económica”

  1. ¿Son las cuentas de ahorro una opción sensata en tiempos de crisis? | Comparativa Bancos

    […] los economistas no parecen capaces de ponerse de acuerdo sobre cuánto va a durar la recesión, nuestra economía sigue luchando por salir de la crisis que empezó con el colapso de las […]

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  2. kikeliam

    Quien quiera leerlo en inglés (este es el artículo original) que mire este enlace:
    http://mises.org/story/3138

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  3. David Hernán Gascueña

    De acuerdo totalmente Kike, el problema es que la demagogia tiende rápidamente al intervencionismo. Y que nadie se pone en la piel de las empresas. Todo el mundo piensa que los trabajadores de SEAT son unos pobrecitos porque quieren dejarles sin empleo. Cuando nadie piensa en que no se venden coches, hay stock para vender durante años, los costes laborales son muy altos y la flexibilidad laboral por culpa de los sindicatos del sector es mínima. ¿Entonces qué pasa? Pues que el gobierno tiene que darles ayudas (con el dinero de nuestros impuestos) dice la demagogia, o evitar la deslocalización (estado coercitivo) en otros países más pobres con trabajadores locales (esos nunca importan). Y si SEAT tiene pérdidas, que les den por culo, según ellos.

    Otra cosa muy demagógica es lo que comentabas de forrarse. La envidia es muy mala, y cuando un trabajador gracias a su trabajo, estudios y esfuerzo gana mucho dinero y asciende, se le castiga con un mayor pago de impuestos por un lado, y por otro con el descrédito de que: «se está forrando a costa de los demás» (y lo mismo pasa a nivel empresarial»).

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  4. Kikeliam

    Pero David, hay un problema, y es que la mayoría de la gente no entiende que para una recuperación rápida hay que purgar las malas inversiones, no entiende que para que se vuelva a generar trabajo hay que destruirlo antes.
    La gente se queda con la cantinela de que antes se han forrado y los que lo pagan son los que se van a la calle.
    como les convences de eso? es jodido.

    Esto se lo digo todos los día yo a Rubén (amigo de Antonio y mío) y él dice que eso es muy idealista, que nunca se recupera todo lo que se pierde y por eso hay que ayudar para que no quiebre del todo. Es la opinión mas extendida.

    Es muy dificil quitar la lógica intervencionista de la cabeza de la gente media.

    Por eso como decía Hayek: Si pretendemos el triunfo en la gran contienda ideológica de esta época, es preciso, sobre todo, que nos percatemos exactamente de cual es nuestro credo

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  5. David Hernán Gascueña

    Artículo cojonudo, aunque cuesta leerlo.

    Está claro que quien ha intervenido directamente en la economía permitiendo alargar la alegría crediticia y la fiesta, para no permitir un ajuste necesario de los mercados han sido los Bancos centrales (FED y BCE). Por qué? Porque al fin y al cabo son pseudopolíticos y sobre todo me ha gustado el comentario que dice que piensan que son omniscientes («fatal conceit» según Hayek), y que sus decisiones sobre política monetaria son siempre correctas. Yo creo que sus decisiones se basan principalmente en el control de la inflación, pero no deja de ser una forma más de intervención, por supuesto.

    Cuando los tipos de interés son negativos en términos reales durante varios años, es lógico que se genere un desajuste que se acabará pagando caro (el reajuste del desajuste).

    Con la decisión de bajar más los tipos, estaremos prolongando la agonía y como dice el texto no permitiendo la liquidación de inversiones no rentables o empresas poco eficientes. Es decir, que el mercado limpie de la economía lo poco productivo.
    http://www.libertaddigital.com/economia/el-bce-bajara-los-tipos-hasta-cerca-del-0-antes-del-verano-1276354321/

    Los dos últimos párrafos son una receta maestra, es decir, no sé cómo existen economistas que se nieguen o discrepen en aplicar estas medidas porque son sencillamente la única solución a mi modo de ver. Yo siempre digo que sólo hay una cosa más absurda que un periodista hablando de economía, y es ser un economista de izquierdas.

    «Under these circumstances, the most appropriate policy would be to liberalize the economy at all levels (especially in the labor market) to permit the rapid reallocation of productive factors (particularly labor) to profitable sectors. Likewise, it is essential to reduce public spending and taxes, in order to increase the available income of heavily indebted economic agents who need to repay their loans as soon as possible.

    Economic agents in general and companies in particular can only rehabilitate their finances by cutting costs (especially labor costs) and paying off loans. Essential to this aim are a very flexible labor market and a much more austere public sector. These factors are fundamental if the market is to reveal as quickly as possible the real value of the investment goods produced in error and thus lay the foundation for a healthy, sustained economic recovery in a future that, for the good of all, we hope is not too distant.»

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