Hace un año y pico decidí renovar mi cocina. Tenía visiones de lustrosas placas de vitrocerámica y hornos espectaculares en mi cabeza. Incluso cuando vi los elevados precios, pensé que tal vez podría encontrar alguna forma de recortar en otros gastos para conseguir la cocina que tenía en mente. A fin de cuentas, me gusta cocinar, sobre todo al horno. Poder tomar comidas ricas y saludables a diario es, para mí, una forma de disfrutar a la vez que me cuido. Así que no tenía dudas de que iba a hacer un buen uso de mi compra, por lo que desde ese punto de vista tenía todo el sentido. ¿No?
Entrando en contacto con la realidad
Lo cierto es que cuando se trata de cocina, el tamaño y el equipamiento no cuentan tanto como la pasión, el sentido común y, por supuesto, la experiencia. Gastarse miles de euros en una cocina equivale a caer en un consumismo absurdo. Es como pensar que hacerte socio de un gimnasio más caro te va a poner más en forma.
Así que con mis pies otra vez en el suelo, el lujoso horno y la lustrosa cocina quedaron fuera de mis planes. Si había conseguido sobrevivir con una cocina de gas normal y corriente y un horno medio estropeado durante años, seguro que me podía apañar con un equipamiento de un precio razonable. Cualquier cosa que se pueda cocinar en un horno caro se puede cocinar también en un horno normal.
Refrenando los deseos y centrándonos en las necesidades
Como vivo en una casa antigua en donde todo es bastante viejo, me di cuenta de que la cocina era sólo el principio de una larga lista de compras que tenía que hacer – cada una con su etiqueta de precio. Así que estaba claro que el objetivo era centrarme en las cosas que necesitaba y mantener los gastos bajo control.
Para tomar la decisión de comprar o no un producto, lo mejor es empezar por hacernos una serie de preguntas:
¿Me lo puedo permitir? ¿Es algo que me haga falta? Si la respuesta a cualquiera de estas dos preguntas es no, mi decisión debería ser no comprar ese producto.
Una vez que has decidido comprar, nos encontramos con más preguntas que debemos responder:
¿Hay alguna opción menos cara al producto que estoy considerando comprar? ¿Esa opción más barata es de buena calidad? ¿Es la calidad importante en este caso? Como es lógico, si la calidad no es un factor importante o el producto alternativo es de buena calidad, la opción debería ser comprar el producto más barato. Si esto no es así, es cuando tendremos que empezar a considerar la compra de un producto caro.
En el caso de mi cocina, estas preguntas me llevaron a comprar una opción barata aunque de calidad. Además, esta estrategia también puede servir para compras más pequeñas. Por ejemplo, este verano vi una toalla de playa de color azul que me pareció bonita. ¿Me la podía permitir? Sí. ¿Eran producto que me hacía falta? No. Ya tenía otra toalla en color rojo. Siguiendo este razonamiento no debería haberla comprado, y de hecho no lo hice.
A todos nos gusta comprar cosas nuevas y bonitas para la casa o para nosotros, pero es importante que tomemos nuestras decisiones de gasto de forma consciente, ya que un poco de dinero por aquí y otro por allá puede acabar haciéndonos llegar a fin de mes en números rojos. Si algo he aprendido de comprar con tarjeta de crédito es que incluso las cosas más pequeñas se terminan acumulando con alarmante rapidez. La única forma de combatir esto es siendo conscientes de lo que compramos y, sobre todo, de por qué lo compramos.
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