Hace mucho tiempo que en radios, televisiones y demás medios de comunicación escuchamos muy recurrentemente nombrar una palabra: el copago, y normalmente se refiere al copago sanitario, en ese caso concretamente al copago sanitario del sistema de sanidad pública, pero también es aplicable a la sanidad privada. Veámoslo.
Para las personas que aún no estén muy familiarizadas con el término de copago decirles que el copago es una fórmula por la que el paciente paga una parte del acto médico y el resto se hace cargo la compañía aseguradora (o la administración pública en el caso de la sanidad pública). Esta fórmula muy aplicada y útil ya en otros ámbitos (como por ejemplo los seguros de automóvil donde siempre ha existido, aunque en ese caso bajo el término de franquicia y con unos parámetros bien distintos, pues normalmente se habla de franquicias más elevadas) esta implantándose con fuerza en muchos modelos de sistemas médicos.
Y el copago es un buen sistema pues por una parte en el sistema público permite racionalizar el uso de los servicios que realizan los ciudadanos de los mismos, mitigando los abusos que se producen al respecto. Y en el caso que nos atañe, en el caso de los seguros privados, el copago es una buena fórmula para reducir el recibo a abonarle a la compañía, y también supone aunque en otra dimensión otra medida racionalizadora de los servicios prestados.
Así, nos encontramos con que el copago en general es bueno para todas las partes, el asegurador logra una reducción de sus costes pero sobretodo logra una racionalización de sus servicios, y el asegurado logra un mejor y un buen servicio a un mejor precio, por eso en el caso de las pólizas privadas que podamos plantearnos esa opción será interesante de valorar.