En los últimos años, y beneficiadas por la crisis, las marcas blancas de muchas grandes superficies se han hecho un gran hueco en la cesta de la compra, a tal punto que alguna marca ya se anuncia remarcando que “no fabrica para otros” con el objetivo de diferenciarse de ellas. Sin embargo, hay un cierto tipo de personas que son reacias a comprar estos productos porque se sienten, de alguna forma, “más pobres” si lo hacen. No es que no deseen ahorrar, o que crean que los productos de marca blanca son de mala calidad per se, sino que los evitan porque se sienten mal al recurrir a ellos, empobrecidos, pertenecientes a una clase social inferior a la que ellos aspiran.
Esto es un claro trabajo de marketing. Las marcas invierten millones de euros en publicidad para asociar su producto con sensaciones agradables, o con ideas de lujo, exclusividad y prestigio, entre otros. Dos ejemplos de ambos enfoques serían, por un lado, los anuncios protagonizados por el perrito de Scottex (oooh, qué tierno, qué *suave*), y por otro, los anuncios de Ferrero Rocher. Creo que es difícil encontrar a alguien que nunca haya visto estos anuncios, y una vez que la asociación se repite lo suficiente, acaba penetrando en nuestro subconsciente. Por eso empezamos a asociar la marca con sentimientos positivos y agradables relacionados con la salud, el estilo de vida, o cualquier otro concepto que los publicitas nos quieran inculcar.
Esas buenas sensaciones aparecen cada vez que estamos haciendo la compra y tenemos que elegir entre los productos de marca blanca, a la que no asociamos realmente con nada, salvo el propio supermercado, y los de marca, que llevan inculcando sentimientos positivos hacia ellos en el consumidor mediante la emisión de montones anuncios a lo largo de los años.
Alguien podría decir que no ve los anuncios de la televisión pero, ¿tampoco lee revistas?, ¿no ve los carteles en la calle?, ¿no oye la radio?…
Crear asociaciones positivas subconscientes es el propósito de cierto tipo de anuncios, destinados a construir una marca. No nos dicen que vayamos corriendo a comprar el producto, sino que intentan crear un sentimiento favorable del consumidor cuando compara dicho producto con los demás.
Por supuesto, esas emociones positivas y satisfactorias que nos genera su compra las terminamos pagando en caja. Casi siempre, a no ser que haya una oferta realmente jugosa, un producto de marca siempre cuesta un poco más. Y una de las máximas de la frugalidad es evitar comprar cosas basándonos en nuestros impulsos emocionales. Si compras una marca determinada porque te hace sentir bien y evitas los genéricos porque te hacen sentir mal, estás tomando una decisión emocional.
Con esto no quiero decir que no haya razones perfectamente lógicas para comprar productos de marca como, por ejemplo, que te dé un mejor resultado, que te guste más su sabor, etc. Por eso lo mejor es que basemos nuestras compras en nuestra propia historia personal con el producto, así como en informes de las asociaciones de consumidores.
Si un producto te genera una cierta reacción emocional que no puedes asociar a ningún hecho en concreto, es muy probable que estés siendo víctima del marketing. Ignora ese sentimiento. Toma tus decisiones de compra basándote en los hechos y realiza, así, la mejor compra posible para ti.
Esa sí que es una razón para sentirse bien.
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