Muchas personas viven sus vidas sin marcarse ningún objetivo específico, ni a corto ni a largo plazo. No quiero decir con esto que no piensen en su futuro, pero lo hacen de forma muy imprecisa, de tal forma que no sienten que tengan que hacer nada en el presente para alcanzar sus metas.
Todos tenemos sueños diferentes: formar una familia, tener hijos, ser dueños de nuestra propia casa, cambiar de trabajo, realizar una inversión, etc. Son grandes objetivos, pero carecen de especificidad y, por ello, no significan nada. Lo peor de todo es que tampoco nos exigen nada.
Un objetivo bien planteado, no importa lo gran que sea, nos da una diana a la que disparar, una forma de medir nuestros progresos y la posibilidad de hacer cosas cada día para alcanzarlo. Si nuestras metas no tienen esta definición, en realidad no se las puede considerar objetivos, sino castillos en el aire.
Sin embargo, tarde o temprano, aparecen señales de alarma que debemos saber identificar. Por ejemplo, si nos endeudamos cada vez más, estaremos cada vez más lejos de tener nuestra propia casa. Una mala situación financiera nos aleja también de la posibilidad de tener un hijo, ya que no podremos afrontar los gastos que ello implica.
Cuando llegamos a la treintena nos damos cuenta, de repente, de que nuestros sueños se van desvaneciendo poco a poco, y cuando eso ocurre, entramos en shock. Es un momento difícil, pero podemos aprovecharlo para hacer cambios serios en nuestras vidas.
¿Qué cambió para mí? Creo que lo más importante es que empecé a hablar de este tipo de cosas con más detalle. ¿Qué dirección profesional quiero tomar? ¿Qué pasos tengo que dar para llegar hasta ahí? Es más, ¿qué puedo hacer hoy? Contestar a estas preguntas seriamente nos ayuda a darnos cuenta con rapidez de las cosas que realmente buscamos en la vida, las cosas por las que estamos dispuestos a trabajar.
La falta de objetivos cuando era más joven me ha costado mucho. Si hubiera tenido claro lo que quería hacer cuando estaba en la Universidad – o antes – ahora estaría mucho más cerca de lograr mis sueños, o ya lo hubiera hecho.
Entonces, ¿cómo podemos evitar esta trampa?
En primer lugar, márcate unos objetivos que tengan la claridad que he descrito anteriormente. Tienen que ser tan concretos que podamos medir los progresos que hacemos y dar un paso más hacia ellos cada día. Si tienes dificultad para hacerlo, tal vez el objetivo en el que estás pensando no te interese tanto como imaginabas. Esto no es algo malo, sino que puede ayudarte a desechar metas con las que en realidad no estás comprometido para poder centrarte en aquellas que sí te interesan de verdad.
En segundo lugar, no pierdas nunca el objetivo de vista. Recuérdatelo constantemente. No dejes pasar días y días sin reflexionar un poco sobre lo que están haciendo en el presente para llegar a tu objetivo – y actúa en consecuencia. Una vez más, si no estás dispuesto a trabajar en ello a diario, es el momento de reflexionar sobre si las metas que te has marcado son las adecuadas para ti.
Finalmente, anímate a compartir tus objetivos con otras personas. El apoyo de la gente que te importa puede marca la diferencia a la hora de conseguir tus sueños o no. Habla con las personas que te rodean y coméntales tus metas y los planes que estás haciendo para llegar a ellas, porque puede ser de mucha más utilidad de lo que puedas imaginar.
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