A todos nos pasa en algún momento. Decidimos hacer algunos cambios en nuestras vidas y, durante uno o dos meses, todo va como la seda. Vemos progresos reales en las áreas que estamos buscando cambiar.
Y entonces, sucede. Caemos en la tentación y cometemos un error – a veces un gran error. Nos comemos una tarta tras pasar dos semanas haciendo una dieta estricta, o nos gastamos 150 euros en ropa tras pasar un mes controlando cuidadosamente nuestros gastos.
Y nos sentimos bastante mal una vez que lo hemos hecho. Nos sentimos culpables y avergonzados. Lo peor es que empezamos a dudar de nuestra capacidad para cambiar y, al final, volvemos a nuestros antiguos hábitos.
Me he visto recientemente en esta situación. Tras pasarme todo el verano siendo frugal y ahorrando lo más posible, en septiembre acabé gastando un montón de dinero en salir por ahí a divertirme, cuando podría haber hecho lo mismo con mucho menos. No tuve más remedio que dar esos euros por perdidos, y ahora me veo en la necesidad de ser más restrictiva de lo normal.
No es la primera vez que me ocurre, me ha pasado muchas veces, con cosas diferentes, desde mis hábitos de estudio o de trabajo hasta mis horarios.
¿Por qué nos pasa esto? Parece que es un comportamiento común en el ser humano – solo necesitas oír una lista de buenos propósitos de Año Nuevo para encontrar un montón de fallos y recaídas. ¿Qué es lo que nos lleva a tropezar varias veces con la misma piedra, en contra de lo que teníamos planeado?
Pues eso, precisamente. No lo teníamos tan bien planeado como pensábamos. Está claro que nuestro plan tenía un fallo fundamental.
¿Qué tipo de fallo? Por experiencia propia puedo decir que he visto cuatro tipos de fallo, cada uno con una forma de corrección distinta.
Mala administración del tiempo. Mucha gente se queja, por ejemplo, de que no tiene tiempo para hacer ejercicio. En realidad lo que pasa es que no buscan ese tiempo, no organizan su jornada de tal forma que puedan encontrar un hueco para realizar esa actividad. Muchas veces pierden tiempo en cosas que les parecen más urgentes, pero que puede que sean menos importantes. La solución es adelantar trabajo lo más posible y evitar las pérdidas de tiempo sin sentido. Mantener un horario para administrar mejor tu tiempo y te permitirá tener más huecos para hacer otras cosas que también son importantes, no sol las que son obligatorias.
Las tentaciones. Como, por ejemplo, comer tarta tras pasar una semana a dieta, o gastar 200 euros en unos zapatos cuando has estado ahorrando durante todo el mes. Todos nos sentimos tentados por algo. La mejor solución es permitirte pequeñas tentaciones de vez en cuanto. Asignarte un dinero a la semana para gastar en caprichos, o permitirte una comida más calórica dos o tres veces por semana, si estás a dieta.
Falso compromiso. Nos comprometemos a cambiar, pero en realidad, sabemos que en el fondo no lo estamos. Juramos que dejaremos de comer alimentos que nos engordan, pero en realidad no queremos hacerlo. A veces nos queremos comprometer a hacer ciertas cosas por la valoración que de ellas hacen los demás, no por el valor que nosotros les damos. Este tipo de compromisos no duran en el largo plazo, así que la solución pasa por pensar seriamente por qué lo queríamos hacer. Si la razón es lo suficientemente fuerte, podrás aferrarte a ella y comprometerte de verdad, con ganas.
Comportamientos autodestructivos. Siempre puede aparecer un elemento autodestructivo de la personalidad para minar cualquier intento que hagamos de mejorar. Este tipo de comportamientos pueden surgir de una baja autoestima. Si te das cuenta de que tienes este tipo de impulsos, tal vez necesites ayuda o terapia para controlarlos.
Seamos claros: hacer grandes cambios en nuestras vidas es duro. Y es mucho peor si no estás rodeado de gente que te apoye y no estás realmente comprometido para alcanzar tu meta.
Es importante que recuerdes que un tropezón no implica que hayas fallado. Es una llamada de atención para que te reorganices, revises tus planes y emprendas de nuevo el camino hacia el éxito.
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