Me gusta presumir de que escribo bien bajo presión y, en cierto modo, es verdad. No obstante, la mayoría de los escritores coincidirían conmigo cuando afirmo que normalmente escribir es un proceso incómodo y lleno de dudas. Nuestra naturaleza nos impulsa a evitar el dolor y la incomodidad, y sé que mis miedos son la razón que está detrás de que muchas veces me encuentre escribiendo a marchas forzadas para cumplir con los plazos de entrega.
Creo que todo el mundo se puede identificar con el acto de evitar una tarea desagradable, y todos sabemos que la peor parte del proceso es empezar. Escribir las cinco primeras palabras. Ordenar el primer montón de ropa sucia para hacer la colada.
Una vez que me sobrepongo a la inercia y empiezo a escribir, me encuentro con que las palabras fluyen sin esfuerzo. Antes de que me dé cuenta, he conseguido escribir 1500 palabras, he terminado la colada y ordenado las facturas. En cuanto encendemos un fuego metafórico dentro de nosotros mismos, creamos una fuerza que nos impulsa a seguir adelante. Ese fuego, o entusiasmo, nos mantiene disciplinados y centrados en nuestra meta.
Encendiendo el fuego
Algunos tenemos que trabajar más duro que otros para encender el fuego en nuestro interior, pero incluso la gente más disciplinada tiene uno de esos días en los que se pasa las horas en Facebook o en cualquier otro sitio análogo para escaquearse de trabajo. Y también hay días en los que comemos 10 galletas cuando nos habíamos jurado que pararíamos en la segunda – o compramos otro abrigo aunque vivamos, por ejemplo, en Canarias.
Cuando la apatía ataca, puede ayudar mirarse a uno mismo como lo haría alguien que nos observase desde fuera. La parte de ti mismo que sabe lo que deberías estar haciendo verá (con compasión) tus acciones, y puede que hasta encuentre divertidos tus hábitos. Si te cuesta ponerte en él papel de observador compasivo, intenta contestar a alguna de las siguientes preguntas cuando sientas la tentación de posponer las tareas que tienes que hacer:
- ¿Eres consciente de lo que estás haciendo, pensando o sintiendo ahora mismo?
- ¿Estás dando una respuesta racional a tu situación?
- ¿Cómo te sientes en relación con tus actos en este momento?
Una vez que empieces a observarte, tus hábitos quedarán al descubierto y será más fácil abandonarlos. Normalmente sabemos lo que deberíamos hacer, pero pocas veces nos tomamos el tiempo de averiguar por qué no lo estamos haciendo. En lugar de eso, nos dejamos llevar por lo que queremos en ese instante y después nos sentimos culpables, o resistimos la tentación pero nos sentimos tristes.
Atizando las llamas
Lo bueno es que una vez que te pongas en movimiento, generarás más y más impulso, de tal forma que las acciones siguientes van siendo cada vez más fáciles. Es muy similar a encender una fogata. Al principio quemas yesca y astillas, teniendo cuidado de protegerlas del viento y soplando la base con suavidad hasta que se producen las primeras llamas. Una vez que el fuego comienza a crecer vas aumentando gradualmente el tamaño de las astillas hasta que consigues consolidarlo. Una vez que el fuego arde con fuerza, sólo necesitas ir añadiendo trozos de leña cada cierto tiempo para mantenerlo vivo.
Hay muchas formas de mantener tu fuego ardiendo:
- Pasar tiempo con algún amigo o familiar que tiene de forma natural disciplina y/o entusiasmo.
- Leer alguna historia sobre alguien que ha conseguido un objetivo similar al tuyo para que te inspire.
- Practicar el pensamiento positivo.
- Comprometerte a llevar a cabo una acción positiva durante cinco minutos (por ejemplo, escribir solamente 100 palabras). Lo más seguro es que una vez que hayas escrito esas cien, te sentirás inspirado para escribir más.
¿Para qué molestarse?
Hay algunos motivos obvios para tratar de sobreponerse a la costumbre de dejar las cosas para más tarde. Queremos perder peso, o conseguir una promoción, o pagar nuestras deudas.
Pero también hay un beneficio psicológico más profundo en conseguir disciplina. La propia palabra disciplina tiene algunas connotaciones negativas. Suena muy dura. Aburrida. Nos hace pensar en un castigo. ¡No es de extrañar que la evitemos! Pero cuando no tenemos disciplina creamos un círculo de sufrimiento interno. Retrasar las cosas que debemos hacer nos produce ansiedad y crea un círculo vicioso en el que se genera estrés, culpabilidad y desaprobación de nuestros propios actos al por no poder cumplir con nuestros compromisos -y esos sentimientos nos impulsan a volver a repetir la misma conducta.
Aplazar el trabajo puede hacernos sentir bien en el corto plazo, pero crea tristeza a niveles más profundos. Sabemos que no estamos siendo sinceros con nosotros mismos, que somos capaces de más.
La disciplina enriquece nuestras vidas
Cuando practicamos la disciplina, estamos haciendo una elección que nos lleva hacia nuestras auténticas metas y ambiciones. Cuando lo vemos desde ese punto de vista, la disciplina no es un castigo en absoluto, sino una forma de dirigirnos hacia una vida más completa. Ejercitando la disciplina conseguimos dejar las cosas poco importantes a un lado para ser capaces de hacer aquéllas que harán nuestra vida más placentera.
Por supuesto, esto no es como apretar un botón. Aún hay veces en las que compro cosas que sé que no necesito para nada (por poner un ejemplo). La perfección no debe ser nuestra meta – sólo conseguiríamos volvernos locos tratando de alcanzarla.
Creo que derrotar a la apatía y a la pereza es vital para conseguir el éxito en cualquier área de la vida, no solamente en el ámbito de las finanzas personales.
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