Salir de una crisis haciendo recortes es difícil, pero aún así, es evidente que el nuevo gobierno español está dispuesto a intentarlo, cerrando el grifo del gasto y aumentando los impuestos en un intento de calmar a los mercados de deuda, mientras que el país se mantiene en el estrecho corsé que le impone ser miembro del euro.
El déficit, que el gobierno Zapatero pretendía rebajar al 6 % para el 2011 superará finalmente el 8%, un cifra muy por encima de las esperada, al menos oficialmente, un dato que decepcionará a nuestros socios europeos y a los mercados financieros.
La reacción automática del gobierno ante esta situación ha sido anunciar un recorte del gasto de 8.900 millones de euros, aunque se espera que esta cifra pueda aumentar, con el apoyo del aumento impositivo y la congelación de los sueldos de los funcionarios. Si estas medidas serán suficientes para reducir la deuda española o no está por ver.
Los problemas de España son de sobra conocidos: su deuda pública, y especialmente su deuda privada, son demasiado elevadas, y no es un país especialmente competitivo, ni a nivel mundial ni a nivel europeo, lo que le deja poco margen para equilibras su balance generando mayores ingresos.
Para rematar la situación, España se ha pasado la última década inflando un boom inmobiliario completamente irreal, y aunque ahora hayamos dejado ese hábito, aunque haya sido por la fuerza, nuestro sistema bancario no está cumpliendo con su papel, ahogando aún más la economía del país.
En situaciones como esta, lo normal es recurrir a la devaluación de la moneda y, si no hay más remedio, a la bancarrota (el ejemplo de Islandia es claro). El problema, por supuesto, es que España es miembro de la eurozona y no puede dar ninguno de esos pasos sin crear un tsunami económico mundial.
El déficit competitivo de España, por otra parte, haría necesario que redujésemos el coste de cada trabajador en un 20% para compensarlo y recuperar competitividad a nivel internacional. Y la única forma de lograr eso sin devaluar la moneda es incrementar la productividad o recortar los salarios. Incrementar la productividad requiere inversión en tecnología e innovación, algo por lo que las empresas españolas no son precisamente muy conocidas, ni siquiera en época de bonanza económica, no digamos ya a las puertas de la recesión. Y aunque las compañías fueran valientes y decidieran invertir en mejorar su productividad, es bastante improbable que los bancos puedan o quieran prestar el dinero necesario.
¿Qué opción nos queda, entonces?: la reducción salarial. Es algo que ya ha venido sucediendo en los últimos años, pero que tiene efectos secundarios, ya que al empobrecer a los trabajadores éstos pagan menos impuestos y también gastan menos. Y esta es la pescadilla que se muerde la cola que ya Grecia ha demostrado, que cuando pones la economía de una nación a dieta, se produce decrecimiento. Las reformas en el mercado laboral y otras medidas pueden ser de ayuda a largo plazo, pero es muy posible que no actúen con la suficiente rapidez como satisfacer a nuestros acreedores.
Es cierto que el Banco Central Europeo (BCE) está comprando deuda española y, lo que es igual de importante, italiana, en el mercado secundario, y que ha abierto un programa de refinanciación a muy largo plazo para ayudar al sector bancario. Sin embargo, que los bancos se mantengan a flote no significa que vayan a prestar dinero, algo que podemos comprobar con el dato de octubre que reflejaba una caída en los préstamos del 2,5% con respecto al año anterior, siguiendo a otra caída récord en septiembre del 2,6%.
Los bancos españoles necesitan refinanciar alrededor de 130.000 millones de euros el año que viene, bastante más que en el 2011, y se extiende la duda de hasta que punto los datos que están ofreciente sobre sus carteras se corresponden con la realidad.
Según Fitch, las casas embargadas valen ahora un 43% menos del valor que se les había asignado en la hipoteca. Esto implica un fuerte golpe al capital bancario, sobre todo teniendo en cuenta que se espera que la crisis inmobiliaria continúe.
Así que el 2012 probablemente significará recesión para España, fuerzas deflacionistas asociadas a la caída de los salarios y restricción del crédito.
A pesar de todo esto, el país puede salvarse si recibe apoyo, pero no será sin sufrir durante varios años.