Las prisas son malas consejeras en casi cualquier ámbito de la vida, por algo en la antigüedad se decía aquella máxima tan actual de “vísteme despacio que tengo prisa”, y es que hacer las cosas a toda prisa, sin plantearlas, pensarlas o planificarlas, es un error, y sin duda puede suponer en muchos casos un problema o un grave riesgo, y el mundo de los seguros no es una excepción.
Por lo general, mala o nula solución tendrá el solucionar un percance, accidente, o incidencia ya sobrevenida, ya sucedida, al contrario, está misma incidencia planificada y prevista con antelación puede tener un impacto mucho menos o como mínimo una rápida, óptima y deseable solución, y es por ello que la planificación ante los percances o las incidencias es indispensable.
Un seguro, sea del tipo que sea, bien sea un seguro de salud, de nuestra vivienda, automóvil o el seguro que sea, tiene como función básica, protegernos de un percance, accidente o incidencia sucedido por el bien o valor asegurado. Por ello pretenderlo asegurar cuando se ha producido el desastre en cuestión es inútil, el seguro tiene que tener un eminente carácter preventivo, no tanto para protegernos del percance que tenga que suceder, sino para tener esa protección si el percance indeseablemente sucede.
Y como que nunca se puede saber cuando puede suceder un accidente, lo mejor es tenerlo previsto y ser precavido con la mayor antelación posible, pues el dejarlo “para otro día”, puede ser que un día sea demasiado tarde. Pues pudiera ser que el día que nos decidamos a proteger aquel bien o valor a proteger, ya no exista tan bien o valor, y es que tal como se empezaba con una dicha popular, es de menester cerrar este artículo con otra: “mejor es prevenir que curar”.