No tengo ni un solo par de pantalones que cuesten más de 40 € – y muchos cuestan menos de 30.
No tengo una televisión plana – sigo usando un viejo modelo CRT. Lo mismo ocurre con la pantalla de mi ordenador.
No tiro ningún calcetín hasta que no tiene un agujero.
Uso ropa vieja para hacer trapos…, y mi ropa de dormir está peor que un trapo.
Hay algunas manchitas en la tapicería del sofá que no se quitan, pero no lo voy a cambiar por eso.
Llevo cinco años usando el mismo par de botas.
Mucha gente me miraría por encima del hombro si supiera cosas como estas. No me importa.
Les saludo cordialmente cuando les veo pasar corriendo hacia su estresante trabajo en una oficina, o algo peor, mientras yo me pongo a escribir en chándal y zapatillas. Un chándal y unas zapatillas muy viejos (y muy cómodos).
Pienso en ellos un momento, mientras me preparo para disfrutar de mi día de trabajo – y si no lo disfruto, ponerme a hacer otra cosa. Y por la noche, en lugar de intentar rebajar mi nivel de estrés viendo la tele, salgo a cenar con mi pareja o me quedo en casa haciendo algo que me guste tranquilamente.
Y no me arrepiento de mis elecciones.
Me llevó bastante tiempo relajarme y dejar de intentar ofrecer una falsa apariencia de perfección ante el mundo exterior. Las toallas tenían que ser perfectas. No podía pasar sin los últimos gadgets de moda. Había que aparentar una cierta opulencia, estilo, clase…, llámalo como quieras.
Al final, las personas a las que realmente envidiaba eran las que estaban haciendo algo interesante con sus vidas. Puede que disfrute admirando la última tecnología o una casa cuidada hasta el último detalle (aún puedo llegar a envidiarlo), pero lo que realmente deseaba era ser el tipo de persona que hace lo que le gusta, que marca su propio horario y se guía por su propio sentido de la inspiración.
Esas son las cosas que más valoraba – y las que más deseaba conseguir.
Lo que he aprendido por el camino es que tenía que elegir entre aparentar un éxito material o conseguir lo que más quería. Me di cuenta de que por más que comprara cosas materiales, siempre necesitaría algo más…, más novedoso, más brillante, más grande o más caro. Siempre iba a sentirme inferior cuando viese a alguien que tenía cosas mejores que yo, o falsamente superior cuando lo que yo tenía era el último “alarido” de la moda.
Una vez que vi las cosas desde esa perspectiva, las elecciones que tenía que hacer estaban claras. En lugar de asegurarme de que todas las toallas hacían juego, podía seguir usándolas hasta que se rompieran. En vez de comprar lo último en gadgets electrónicos, podía usar los que ya tenía hasta que no funcionaran. Ya no me preocupaba una pequeña mancha en el sofá, ni me daba pánico salir con unas botas ”pasadas de moda”.
Ni que decir tiene que mi nivel de estrés disminuyó y, además, me encontré con que disponía de más tiempo y más dinero de lo que había previsto en un primer momento. He usado esos dos recursos en mi beneficio, aplicándolos a las cosas que realmente me importan.
Sí, mi coche está un poco viejo, y puede que algunos saquen pecho cuando pasan a mi lado con su BMW. Les veo alejarse hacia su estresante trabajo, regreso a casa y hago lo que quiero con mi vida.
Y me parece que he hecho un buen negocio.
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