Probablemente no existe cosa que nos pueda resultar más horrorosa en el caso de tener contratado cualquier seguro que precisar de sus servicios o de ser beneficiarios de una prestación a priori cubierta por la póliza y que nos denieguen la misma aduciendo que esta excluido de la misma, eso tiene fácil solución: saber lo que contratamos, leer lo que firmamos.
Es común que cualquier seguro que contratamos tenga cuatro coberturas principales básicas que todos conocemos y que a la postre resultan el gran gancho, el gran atractivo de la póliza, pero si bien esto puede ser un buen indicador para escoger una póliza concreta y decidirnos a contratarla, hemos de saber, entender y comprender exactamente en que supuestos y condiciones se aplican dichas coberturas, que requisitos existen para se apliquen y si existen exclusiones o renuncias expresas a la aplicación de las mismas.
Y todo lo dicho anteriormente se encuentra en la letra pequeña de los contratos, una letra que por muy pequeña que sea, sin duda está ahí, y es nuestra obligación leerla. Muchas veces surgen disputas o quejas relacionadas con estos casos, nos quejamos airadamente de la compañía aseguradora en cuestión, sin llegar a reflexionar o pensar que nuestra obligación es leer y entender lo que firmamos.
Todo lo dicho anteriormente no es excusa por supuesto para que las compañías aseguradoras actúen éticamente, pero si que cabe decir que una cosa es que deban y se les exija actuar éticamente y otra que queramos transferir responsabilidades que son solo nuestras. Son solo nuestras y debemos poder efectuarlas, y de no ser así pedir a alguien que pueda entender la póliza que venga con nosotros a la firma de la póliza, o bien si no visualizamos bien la tipografía utilizada pedirla más grande o también acudir con alguien que pueda visualizar y entender lo que posteriormente se firmará.