Hace algunos meses (bien, hace ya unos dos años mejor dicho, concretamente desde que estalló la crisis) que ha habido, hay (y lamentablemente seguirá existiendo) una psicosis social con los temas y los productos financieros de primer orden. Y eso está afectando a la contratación de muchos productos que no son malos, y de rebote está afectando a un sector paralelo que nada tiene que ver directamente con el financiero, el sector de los seguros.
Primero de todo decir que productos financieros los ha habido, los hay y también los habrá toda la vida. Cambian las formas, cambian las denominaciones y los objetos de inversión, pero desde la era de la prehistoria donde se producían intercambios comerciales entre bienes, hasta en la actualidad donde existen sofisticadísimos productos alcistas, bajistas y demás el mundo financiero existe… ¡y existirá! Otra cosa es saber escoger los productos adecuados, no jugar a ser inversores de según que productos de no saber de lo que tratamos, y saber diferenciar, cribar, entre lo bueno y lo malo.
Y todo ello nos lleva a la segunda parte, a la que vincula con el ámbito de los seguros. Esta amalgama de información, esta psicosis produce mezclar conceptos, conceptos financieros con conceptos de seguros, y la gente se acaba pensando que todo es lo mismo cuando en realidad no es así, como por ejemplo los SWAP.
Existen productos financieros, existen productos aseguradores y luego existen seguros que incorporan parte de producto financiero y productos financiero que están asegurados, ¡pero no son seguros al uso! Esta confusión es tal que hace daño a la vista ver en determinadas televisiones como por ejemplo se denomina a los SWAP como “seguros” (no de la definición de seguridad, si no de producto de una aseguradora) cuando en realidad son términos financieros, cláusulas financieras que comprometen (por tanto generan un seguro de que lo pactado se va a cumplir entre las partes) a las partes, ¡pero no son un seguro!