Hemos adquirido un bien, sea cual sea, y estamos decididos a asegurarlo pues tenemos miedo que cualquier percance o accidente imprevisto acabe con él, lo dañe o le suceda cualquier problema, y en consecuencia que perdamos el dinero que con él hemos gastado o hemos invertido. Y eso que a priori parece una sabia elección no siempre tiene porque serlo, veámoslo.
A priori, puede parecer que cualquier bien que poseamos mejor estará asegurado que no asegurado, y en consecuencia puede que eso nos impulse a asegurarlo impulsivamente. Y esa realidad (la de las bondades de asegurar un bien determinado) que se da en la mayoría de los casos, no se da en todos los casos, particularmente en dos casos concretos: la de aquellos bienes que tienen un nivel de depreciación muy rápido y elevado, y aquellos bienes cuya prima resultante del seguro a pagar sale muy elevada en relación al valor de reposición de nuevo del bien en cuestión.
Es decir, pueden ser principalmente esos dos motivos los que nos impulsen o mejor dicho nos aconsejen a no asegurar un determinado bien. ¿Y por qué? Pues por una parte porque un producto o bien que solo adquirirlo ya pierde gran parte de su valor puede que no nos convenga asegurarlo si en el momento de sufrir un percance nos indemnizan solo por el valor de tasación del bien siniestrado en el momento del siniestro y no por el valor de nuevo del mismo (otro caso es que nos indemnicen por el valor que nos constaría si vamos nuevamente a adquirirlo, o bien que vengamos obligados por imperativo legal a asegurarlo).
Y por otra parte siempre tendremos que valorar el coste de la prima, pues si por el motivo que sea, el coste de la prima (improbablemente) nos sale tan elevado que no sale rentable satisfacerla, pues en caso de tener que adquirir el producto nuevamente nos va a costar lo mismo, puede que nos planteemos si realmente asegurarlo nos supone una opción rentable.